domingo, 14 de diciembre de 2014

Sobre lo diabólico y el anticristo

Sobre lo diabólico y el anticristo

   "No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque nada de lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida- proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre."
   San Juan Apóstol

   Dios no condena el uso de las cosas del mundo, sino su abuso. Las cosas fueron hechas para ser usadas, no para hacer un uso abusivo de ellas.
   Una persona puede identificarse con una determinada religión, pero si ama las cosas del mundo tiene personalidad satánica. Lo diabólico consiste en amar más las cosas terrenales que a las espirituales.
   Los hombres que obedecen los deseos de la carne y los deseos del mundo se alejan del Reino de los Cielos.
    Los que andan según sus malos deseos causan divisiones y no tienen al Espíritu.
   El deseo es esclavitud. Las pasiones llevan al sufrimiento y a la condena.
   En la Sagrada Escritura Jesús ha enseñado que no son necesarios los sacrificios, y que no son trascendentales las formas exteriores del culto. Lo verdadero es lo que anida en el interior de cada uno y su intención que fluye a través del pensamiento.


   "Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios, y este es el espíritu del anticristo."
   "Ellos son del mundo y por eso hablan cosas del mundo y el mundo los oye."
   El anticristo no es uno solo, han surgido muchos anticristos a lo largo de la historia. Anticristo es todo aquél que niega que Jesús es el Cristo, el Hijo del Padre.


El paráclito

lunes, 1 de diciembre de 2014

Un teólogo de la muerte - Emanuel Swedenborg

Un teólogo de la muerte

   Los ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton, le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les sucede lo mismo y por eso creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo: "He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe." Esas cosas les decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron ese discurso lo abandonaron.
   A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse  hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal y el piso de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo; pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días encarcelado y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trato de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y continuó elevando la fe y denigrando la caridad. Un atardecer sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno estaba repleto de instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como algunas de esas personas no tenían cara y otros parecían muertos, acabó por aborrecerlos y desconfiar. Entonces determinó escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían y mañana borradas.  Eso le aconteció porque las componía sin convicción.
   Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y éste les engañaba con simulacros de esplendor y serenidad. Apenas las visitaban se retiraban, reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.
   Las últimas noticias de Melanchton dicen que el mago y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y ahora es como un sirviente de los demonios.


Emanuel Swedenborg

del libro "El cielo y sus maravillas y el infierno" (Arcana Coelestia).