Taneda Santoka
(1882 - 1940)
Mi cuenco de mendigar
ha aceptado
las hojas que le han caído.
Rodeado por arbustos de té
llevando una existencia
anónima.
El la más honda espesura
de la montaña
llegar a la desnudez.
Vendo mis harapos
y compro algo de sake
¿Habrá soledad todavía?
Hay un pájaro que ha venido
y que no canta.
Ante la muerte
el frescor del viento.
Otoño
la desgracia y nada más.
Yo continúo mi viaje.
Sobre la nieve cae la nieve.
Estoy en paz.
Cuando trabajo la tierra
a solas
surge una canción.
Está lloviznando.
No hay quien lea
la señal del camino.
Un manotazo a una mosca
otro a un mosquito
y otro a mí mismo.
Dientes de león cayendo
la muerte de mi madre
aquello en lo que pienso
incesantemente.
La soledad y el sake
como fuente de inspiración y al mismo
tiempo de evasión.
Profundamente emocionado
por seguir vivo.
Es hora de remendar mi ropas.
El largo puente
que nunca volveré a cruzar.
Viento de eternidad.
Sin pensar en nada
rompiendo ramitas secas.
No tengo dinero, no tengo cosas,
no tengo dientes...
Estoy completamente solo.
Paso a paso, pareciéndome
en las manías a mi padre
que ya no está.
El diario que tiré al fuego.
¿Sólo estas cenizas?
Y después, ¿qué?
Dejando entrar la luna
en mi dormitorio
me voy a dormir.
Selección Pablo Albornoz