jueves, 1 de marzo de 2018

Diente de ajo


Diente de ajo

"Aquel que engaña a otro se engaña mucho a sí mismo." Austin Osman Space


    No sé porque estoy tan solo, y me siento tan solo. Siento la atrición de no tener a mi madre que me cuide. La gente cada vez está más sola porque no se soporta, por eso en las navidades actuales los parientes no se juntan. Cuando salgo a la calle y lo veo a Horacio intento pasarme a la vereda de enfrente, si no puedo (porque es muy evidente) cruzo la mirada al costado simulando no verlo. Hay que creer en la intuición. Como dijo el Diego, este es capaz hasta de robarle la leche al gato; y el Diego es Gardel. Hay ocasiones que no puedo evitar chocármelo de frente, en ese caso coloco mi rostro lo más serio posible y apunto únicamente "Hola"; y sigo mi marcha. Ustedes pensaran "Porque tanto problema con eso". Sucede que vivo en un pueblo muy chico donde todos nos conocemos y es imposible llevarse mal con alguien -de lo contrario es un infierno en vida-. Es una desgracia vivir en un pueblo sin tener otro lugar donde ir. Estamos aquí pendiente del qué dirán y del chusmerío barato. Aunque gracias al Señor, Horacio entendió mi mensaje y no se me acerca a entablar una conversación.
  
   No lo soporto ni estando cuerdo.
  
   Lo conocí por Eduardo, un amigo en común.
   Eduardo es alto con una salvaje barba, raras veces se baña. Cuando sus dientes mastican algún alimento toma la apariencia de un hombre cavernícola. Las persianas de las ventanas se encuentran la mayor parte del tiempo caídas porque cuando se rompieron las cintas que las levantan nunca las cambio, a veces Eduardo suele levantar un poco una persiana sosteniéndola con un taco de madera o un ladrillo. Hace dos meses que no cuenta con suministro eléctrico por falta de pago, este inconveniente lo resuelve colgándose del vecino. El videocable lo comparte con otro vecino, de tal manera abona la mitad. Muchos de sus grifos gotean. Con sus manos fabrica algunas pulseras y collares, aunque su mayor ingreso consiste en el dinero que "le presta" el hermano. Su casa huele a orín de gato, sumado al alquitrán que despiden los parisienes forman una nauseabunda neblina. Las cerillas de los puchos se encuentran diseminadas en todos los rincones, en esta vivienda no conozco ninguna persona que se haya capacitado en un oficio. Cuando cae la noche es un cigarrillo tras otro y muchas cucarachas corretean por la casa. En verano pasea desnudo dentro de su solitaria morada y solamente se coloca un calzoncillo, generalmente amorronado, cuando recibe alguna visita. Habitualmente recibe a los huéspedes con un mate lavado en la cocina. Mi amigo no hace nada y yo lo ayudo; siempre insiste con la idea que el hombre no vino al mundo para trabajar, que es tan feo el laburo que te pagan por laburar... sin embargo muchos aceptan la esclavitud.

    - El trabajo es una maldición bíblica con el que Dios castigo el pecado original del hombre... Y por eso lo esquiva -expresa Eduardo con su aliento maloliente.

    -Y si mira San Luis que apoya y banca a todos los artistas, muchos se fueron a vivir allá -digo con una leve sonrisa.

    -Todo en la vida es un trabajo -continúa tomándose el cuello con una mano-. Ir a comprar comida o cigarrillos, cocinar, comer, limpiar, dar vuelta un casete, ir a cagar... todo es un trabajo.

    -En este mundo te educan para trabajar y tener hijos.

   Tiene un anteproyecto que consiste en que los poetas cobren un subsidio, de esa manera podríamos dedicarnos por entero a la poesía sin preocuparnos por el dinero.

  Para realizar un buen poema hay que disfrazar al engaño.

  Otro pensamiento que tiene encarnado Eduardo y repite constantemente es, "desde niños nos obligan a mentir y aprendemos a engañar... la gente es muy falsa... pero a mí a falso no me van a ganar."

   Con cachafaz me congrego dos o tres veces por semana en su hogar, es aquí cuando tengo la mala fortuna (a veces) de cruzarme con Horacio. Cuando diente de ajo interviene me saca; tiene una forma de definir las cosas que irrita. Horacio tiene cuarenta y siete años, inconvenientemente aparenta sesenta por su gran calvicie y tiene un aspecto famélico. Goza mucho de cazar; el placer de él consiste más en los actos preparativos de la caza (que el acto mismo). Horacio muchas veces relata que mata a un ciervo exclusivamente para extraer el asta de los cuernos como trofeo. Es flaco y larguirucho y tiene un diente incisivo central superior postizo, que remplazaron por uno que perdió de niño cuando cayó de una bicicleta -apodado por ello diente de ajo-. También es ligeramente encorvado y tiene los ojos de color caca. El no habla del tema , siempre lo evade sonriendo, pero en el pueblo comentan que está bien armado.  Por otro lado, Horacio está etiquetado como baboso por muchas mujeres.

  Al engañador se lo engaña simulando ser engañado.

  Horacio siempre huele a esperma, ni bien ingresa a la casa sentencia "Pero que les pasa con Goyeneche, se los coje que todos los días escuchan eso". Me cruzo de brazos y devuelvo el mate tibio al cebador diciendo:

    - Gracias Eduardo, ya no quiero mas -luego expreso-. Me gusta mucho Vanesa no puedo dejar de pensar en ella, es muy bonita y lástima que tiene novio y no me da para encararla.

    - Las mujeres no tienen dueño, además sos un boludo... que tiene que ver que tenga novio si la concha no se gasta - y añade Horacio mirando a Eduardo-. Sí una mina está caliente con vos te busca ella y te tira la concha por la jeta.

   No contesto nada, lo que alguien dice a otro se lo dice a sí mismo. Eduardo levanta las cejas y se encoge de hombros. Apoya la pava en la hornalla apagada de la cocina y me pregunta:

    -¿Sigue siendo tu vecina Gisela?

    -Sí está refuerte esa hembra, seguramente de joven era un camión.

    -Mira esa mina esta pasada en años y para viejo esta uno. A las mujeres hay que cojerlas -entremete el ortiva sacudiendo la cabeza.

    Un lugar de donde no puedes salir es una prisión.

    Me muerdo el labio inferior y pienso "Que estoy haciendo acá", es el final. ¿Qué tengo que esperar? Mi mandíbula endurece. Miro a través de la ventana como enmudece el sol y los sapos comienzan a croar rápidamente. Me levanto de la silla, enciendo un pucho y con el ceño fruncido pronuncio que tengo que irme. Un perro negro deambula perdido en la vieja calle. Me tiro un pedo y doy una gran calada al cigarrillo, el humo escapa de mi boca.

nf