viernes, 1 de septiembre de 2017

Aprendiendo a pecar

Aprendiendo a pecar

"... el mundo nos convierte en locos."
Charles Bukowski
   
   Me llamo Nelson soy de acuario, también soy haragán. Hay personas que comparten mi sangre y, sin embargo, me resultan extrañas. Un día me toca pasar al mástil para arriar la bandera. Suena la campana y, ante el silencio, paso al frente. Intento desanudar los nudos rápidamente, sin embargo pasa el tiempo y mi cara se torna color tomate. Me encuentro como un niño en medio de una batalla. Ante mi incompetencia el primer escolta me ayuda a deshacer los groseros nudos que hicieron los del turno de la mañana. Fue tal mi vergüenza, por la demora, que a partir de aquello únicamente estudio lo suficiente para aprobar las materias.  Como extraño emborracharme.

   Si siempre ocurre lo mismo no hay que esperar un resultado distinto.
  
    Rita, una amiga y vecina del barrio, tiene como apodo cebra, porque tiene cara de caballo, es rayada, y no se deja montar. Un martes me dice:

     -Vos vas a un colegio de locos.

    - ¿Porqué lo decís? –pregunto.  
 
    -Cada vez que paso cerca de la escuela de comercio uno -echa una sonrisa cómplice-, escucho un griterío enorme como si proviniera del infierno.  

   Una tarde concurrimos cinco compañeros a lo de Daniel (la habitación tiene entrada independiente por el garaje) y nos pregunta el dueño ¿Qué hacen acá a esta hora? Ifrán explica “Es que faltaron la profe de química y el de contabilidad”. Agacha la sabiola Daniel y murmura “Mira vos que mala leche -rascándose-, yo no fui porque no había preparado el trabajo de contabilidad”. Nos burlamos de eso, luego nos hace pasar. Al rato decidimos alquilar una película en video, pero tomamos la muy mala decisión de ir tres. En el videoclub pasamos media hora discutiendo sobre qué película alquilar. Finalmente optamos por la comedia Despedida de Solteros.
    Lorenzo pregunta ¿Che Daniel, Power está muy cerca de acá? Responde “Jijiji, ya sé porque lo preguntas. Sí al lado de mi vecino, únicamente una vez me pude colar”. ¿Cómo lo hiciste?, interroga nuevamente Lorenzo. “Primero salte el muro de mi vecino, después salte otro muro y di con el patio del boliche. El botón justo no estaba por eso zafe. Pero es muy jodido, casi todas las noches está vigilado.”

   Cuando junto un poco de dinero, a la salida del colegio, me reúno con Lorenzo a tomar una cerveza con coca en la vereda de un kiosco, el comerciante nos facilita una jarra bagatela para realizar la mezcla.

   -Che te gustaría ser fotógrafo de playboy -le digo a Lole.

   -¡Fa! Ese sí que sería un buen laburo.

   Tercamente pronuncio que se saque las patillas. Posteriormente se las afeito pero se rasura de más. Se estila afeitarse a la altura superior de la oreja, él se afeito crecidamente arriba.
   Los jueves a las siete de la tarde, con mi fiel compinche de cacería, nos congregamos en el murito de la entrada del club alemán y sentados junamos, a través de una reja, a las chicas con minifaldas que practican patín. Mientras fumamos Lole exclama, "viste las gambas que tienen..., parecen las piernas de Maradona."
   Cuando caminamos por el centro, Lole me señala:

   -Che ¿Viste como te miraba una morocha?

   -Sí... Y eso que no me afeité.
  
   Después nos despedimos con un apretón de manos y tomamos calles diferentes. Siempre regreso a mi cueva solo como un gato.
   
   Un sábado que no tuvimos noticia de ninguna fiesta privada resolvemos con Lorenzo ir a lo de Daniel a ver si tiene alguna dato. Salir el sábado por la noche constituye nuestra religión.
   Daniel nos recibe con la nueva adquisición. Es un disco compilado de los simples de The Cure, la tapa del vinilo es un viejo.
  
    -Hay un quince en el Rotary Club -dice Daniel.
 
    -¡Uh!, pero es lejos -digo.
  
    -Es el único dato que tengo.
  
   -Vamos caminando ahora... Así llegamos.
  
   -El problema es el tema de la seguridad...,  si esta el cana de la garita sonamos.
  
   -Y vamos a probar, de última vamos al boliche.
  
   -Bueno, termina el disco y arrancamos.
  
   Después de caminar sin reposo cuatro kilómetros hemos llegado al club. Un perro lánguido nos muestra los dientes. Bandeamos un caminito de entrada y sale de la garita un cabo. Nos detiene el paso y dice:
  
   -¿Tienen tarjeta?
  
   -No, somos amigos de la cumpleañera.
  
   -¡No me interesca lo que ustedes piensen!
   
   Nos revolcamos de la risa de su respuesta. El petulante, muy enojado, agrega “Y ya se van o los llevo a todos a la comisaría”. A veces es conveniente no suplicar y pegamos la retirada sonriendo. Cuando empezamos a salir el vigilante llama por radio y apuramos la marcha. Lorenzo con la comisura de los labios hacia abajo canta:
  
   Esquivando patrullas
   de la noche enferma...
  
    A diez metros se detiene un colectivo urbano que por suerte lo abordamos.
  
   -Menos mal que enganchamos el bondi -señala Daniel.
  
   -Si estaba llamando con la radio el guacho.
 
    -¿Vamos al boliche? -acoto.
 
    -No tengo guita y además mira -expresa Lorenzo mostrando los bolsillos vacíos.
  
    -Uh, sos boludo, como vas a salir con zapatillas. Al boliche no podes entrar.
 
     Mientras viajamos hablo sobre El amor, las mujeres y la muerte de Arthur Schopenhauer, un libro que leo en mis ratos libres. Daniel exclama: ¡Que grandes ideas!

   Los fanáticos religiosos leen un solo libro.
  
   Lorenzo baja antes, con los ojos sigo la silueta del amigo que se aleja. Daniel y yo apeamos cerca de Power. En un muro de calle céntrica tiene escrito una leyenda que reza "Jesús te ama". Cerca de nosotros dos perros feos nos ladran.
   A tres cuadras del boliche nos cruzamos a un chabón de nuestra edad que nos frena y comenta:

   -¿Van a la sociedad israelita?

  -No -respondimos en coro los dos.

   -Porque hay allá un quince -y agrega el desconocido-, pero es una mierda. No hay chupi y las minas que hay son pocas y feas.

   Asombrados por el comentario expreso.

   -Bueno gracias por la información, pero no íbamos para allá.

   Los dos sabemos que el boliche es una mierda, igualmente, ingresamos secos al local. Dimos unas vueltas y rebotamos con todas. En un baile la mayoría de las minas tienen el síndrome de la abeja reina, se creen que son unas reinas y en realidad son un bicho. Daniel se encuentra con Claudia (una chica que es de nuestro mismo año, pero de distinto curso). Baila varias canciones con ella, yo sigo sin encontrar pareja de baile. Se mueven cuerpos sudorosos con canciones como La máquina de amor de Gene Loves Jezebel, Hablando en tus sueños de The Romantics y Domingo a la mañana de The Bolshoi.
    Hay un pequeño puente con barandas de hierro, desde abajo observo un buen culo entangado con la V de la victoria. ¡Banzai!
    Cuando vienen los lentos veo una gordita solitaria con minifalda roja y medias marrones apoyada sobre una columna, la invito a bailar y acepta con ojos de gata.

   A veces hay que tragarse el orgullo.

   La abrazo y era tan grande su cintura que mis manos no se pueden encontrar detrás, a la siguiente canción la despido ya que no sentía sus pechos y era como abrazar un barril.

    A veces es mejor abandonar las cosas sin dar explicaciones.

    A las cinco de la mañana el rocío baña las calles y nos retiramos con Dani del boliche. Daniel me señala:
  
    -Te acordás de Gabriela, la prima de Claudia.
 
    - “Mas o menos” -haciéndome el tonto.
 
    -Jijiji...,  no te vas acordar, iba al otro tercero.
  
   -Sí, la recuerdo.
 
    -Claudia me contó que Gabriela siempre estuvo enamorada de vos.
 
    -Nunca lo supe -y agrego-, no creas en todas las cosas que te digan.
 
    Me despido de Daniel con sabor amargo en todo el cuerpo. Es inútil llorar por lo perdido. La mujeres son insensatas, todas anidan rencor y venganza en su corazón. Y sí... las mujeres también se enamoran. Cada uno juega con las cartas que le tocan. Nace de nuevo el maldito sol y me golpea como luces rojas de un patrullero. Camino lánguidamente entonando:

    Las voces de discoteca no tienen cabida
    en esta movida
    yo repudio toda esa careta de mersa coqueta

    Con la cabeza gacha y los ojos clavados en el suelo maldigo como un condenado diciéndome varias veces "Que boludo, porque no me la encare a la mina cuando pude… soy un boludo, siempre fui un boludo."
    Es una mala broma del destino. Lo más fácil es rendirse.
   Abro la puerta, doy unas vueltas, me tiro un pedo y me acuesto en mi fría cama.

NF