jueves, 1 de febrero de 2018

Severina

Severina

   Mariana es una niña de cuatro años, tiene lo mejor de la madre y lo peor del padre. Asiste al jardín de infantes y como toda niña tiene mucho tiempo para jugar sin grandes preocupaciones. Mariana sostiene una constante plática con una amiga invisible a los ojos de los demás. Con su imaginaria compañera juegan a las muñecas, comparten la comida, corren juntas, siempre en fluido diálogo.
   Una tarde, después de pequeños preparativos, la familia está lista para realizar una pequeña travesía en automóvil con rumbo al supermercado. Lorenzo es dueño de una prominente barba con el color de la noche.  Cuando llaman a Mariana para que ascienda, en la parte posterior del vehículo, la hija exclama “Esperen que ella también quiere subir”. La madre accede al juego y dice, “bueno, dale esperamos a que tu amiga también suba.”
   En el trayecto, como es habitual, Mariana conversa asiduamente con su “amiga”. El padre con diez kilos de más había tenido una mala mañana en la oficina, gira su cabeza hacia su mujer y sentencia “Estoy harto de lo que pasa con Mariana”. En el balurdo la madre para tranquilizarlo responde, “tranquilízate Lorenzo es solo una niña, es normal lo que hace”. Recorriendo una tensa pausa agrega, “quizás esto se debe a que nuestra hija no tiene un hermanito con quién hablar.”
   Si se quiere cambiar los resultados hay que hacer cosas diferentes. No satisfecho Lorenzo con ésta explicación reprende.

    -¿Vos no tenés una amiga que estudia psicología?

    -Bueno, sí...

    -Porqué no la consultas mañana, a ver qué dice.

   -Está bien mañana la veo -la nicotina comienza a transpirar por los poros-, así te quedas más tranquilo.

   Al otro día, mientras Mariana acude al jardín, la madre aprovecha la tarde para visitar a su amiga estudiante.
   Claudia abre la puerta, tiene puesta una remera de Peligrosos Gorriones. Las dos amigas tienen mucho que conversar, hace tiempo que no se encuentran. Beben mate acompañados con bizcochitos de grasa. Conversan en forma distendida sobre trivialidades.
   Del bolso saca un paquete de phillips morris y extrae un cigarrillo. Claudia indica.

    -Deja eso, es una mala costumbre.

    -Tenés razón -arroja el pucho sobre la mesa.

     La madre de Mariana se sienta envolviendo una pierna sobre otra.
   En un silencio infernal irrumpe:

    -¿Te puedo preguntar algo sobre lo que vos estudias?

    -Claro, pero mira que algunas cosas no se.

    -Mi hija Mariana conversa muy a menudo con un ser imaginario -y pregunta-, ¿es esto normal?

    -Si no hay nada raro en eso –mientras rozo suavemente su brazo-.  No te preocupes.

    -¿Me podes comentar algo de lo que has leído al respecto?

   -Mira, quizás vos no lo vas a creer, pero leí un caso de un niño que afirma que conversaba con su ángel protector.

   -¡Es asombroso! –Y pregunta nuevamente con mucha curiosidad-,  ¿es posible que eso ocurra?

   -Y es muy difícil (…) todo depende de las creencias de cada uno. Los teólogos católicos creen que todos los humanos tenemos un ángel de la guarda o custodio, que nos son enviados para ayudarnos a heredad el cielo. En éste caso que te contaba sucedió que cuando entrevistaron al niño, éste decía que realmente lo veía y tenía contacto con él.

   Las manos de la mamá comienzan a sudar y cambia de tema de conversación. Siguieron hablando de temas domésticos, hasta que finalmente se despidieron con un beso en la mejilla.
   Busca a Mariana del jardín de infantes y regresan juntas al hogar.
   Ya en la familiaridad de la casa interroga la madre:

    -¿Tiene nombre tu amiguita?

    -Sí, se llama Severina.

    -¿Y cómo es?

   Mariana la describe con la talla, los ojos, la edad, todos los detalles coinciden exactamente con los rasgos físicos de su hija. Mientras la madre apoya sus dos manos en la boca, la niña finaliza la descripción diciendo “ A mamá y tiene dos alitas en su espalda.”

nf



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