domingo, 1 de julio de 2018

El arquero de mi vida


EL ARQUERO DE MI VIDA

  Tito era un arquero de la media, esos que pueden pasar un partido sin penas ni glorias o una tarde cuando están inspirados te sacan hasta las ganas de haber nacido para nueve. Pero esto viéndolo desde la perspectiva humana, algo que con él no era compatible. Tito era un quita glorias. Tito, según comentarios que se daban en los rincones alejados donde se reúnen los muchachos que estiran la pasión a un tercer tiempo y se rinden al romanticismo de lo fantástico, pero donde también caben los escépticos; no era un arquero común, por su puesto tenía sus días es cierto, pero había algo más.
  A mí entender los muchachos no se animaron nunca a decirlo abiertamente, todos los que lo habían visto sospechaban en secreto o tal vez guardaban la certeza en las profundidades de su humanidad. Tito no era como los otros, no era como vos, Neri Pumpido o el pato Fillol, Gianluigi Buffón, ni siquiera el gran Amadeo Carrizo se le comparaba.
  Una tarde, en un partido de esos que nada ocurre, que el sol castiga y aplasta los ánimos, esos partidos donde hay más pelotazos largos sin destino, peleas y charlas que fútbol. Era un verano intenso, el ambiente carecía de aire en movimiento, la luz del sol sobre la cancha hacía que el calor fuese un ente casi palpable, provocaba cierta reflexión a la que algunos echaban la culpa de distorsionar el sentido de percepción visual.
  Después del reparto que vino luego de una elegida un tanto injusta me tocó jugar en su equipo. Era una tarde brillante para el arquero. Había sacado ya tres pelotazos dificilísimos. Un poderoso tiro de media distancia de Luis que se la ponía en un ángulo. Un cabezazo esquinado de Rubén en un córner; y otro tiro de media distancia de López que trepó como lateral derecho y definió arriba al medio del arco; él la toco, pegó en el palo y se fue al córner.
  Ya casi terminando el partido; como siempre más por cansancio y necesidad de retomar cada uno sus obligaciones que por un tiempo establecido por reglamento; ocurre el hecho que para algunos despejaría toda duda sobre su naturaleza ajena a este mundo.
  En un último impulso, con el partido ocho a siete para nosotros, ellos salieron jugando desde abajo y a esa altura sin problemas para cruzar el medio campo ya deshabitado; la línea de dos que nos quedaba en el fondo (el resto a esa altura se aventuraba en una ambiciosa delantera intentando hacer el gol que adorne el día con cierta pequeña gloria) con Claudio como central y Martín rotando entre el lateral derecho y colaborando hasta llegar a posición de seis cuando era necesario.
  A la altura de tres cuartos de cancha Edgardo llegó con pelota dominada y sin oposición hasta que Martín intentó una marca que no prosperó. Mientras esto ocurría Tito, fuera de circunstancia buscaba una pelota que había quedado cerca del córner. Antes de llegar a la línea de Claudio que lo esperaba parado, midiendo un tanto la pelota otro tanto el físico del delantero; Edgardo ve el arco vacío y decide darle un ‘tres dedos’ (mejor conocido en el barrio como puntazo) fue bien direccionado, entraba al ángulo contrario al de la esquina en la que estaba Tito. Ese fue el momento fantástico. Muchos agacharon la cabeza, otros como yo que me encontraba bajando una posición atrás de Edgardo, estuvimos atentos hasta último momento para asegurarnos del destino de la pelota. No sé cuántos centímetros faltaban para que se clave en la red hecha de bolsas de cebolla, herida por la naturaleza devastadora del tiempo. Cuando de repente entre ella y la línea, aparece él; como un relámpago, una luz o un viento repentino, la manotea y la manda al córner otra vez.
  Pero ¿Cómo?...
  Nadie hasta hoy día se atreve a ahondar en el caso. Sin embargo muchos de nosotros vimos como Tito sobrevolaba el aire candente, ondulante y feroz de la tarde, como nítidamente pudo verse sobre su espalda esa especie de alas angelicales que lo impulsaron unos cuarenta y cinco metros en apenas una partícula de tiempo. Fui testigo y no puedo ser parte de aquellos que agacharon la cabeza e hicieron como si nada hubiese ocurrido, no puedo refutar la gracia que me dio el destino de presenciar y percibir la intervención de un ángel en una actividad teóricamente banal. Por eso expreso que venga quien venga; en el potrero, en River o en la selección; y aunque algunas veces le hayan hecho los goles más tontos que se puedan imaginar, Tito es indefectiblemente el arquero de mi vida.
                                                                                                                                       Aníbal De Grecia