EL
ARQUERO DE MI VIDA
Tito era un arquero de la media,
esos que pueden pasar un partido sin penas ni glorias o una tarde cuando están
inspirados te sacan hasta las ganas de haber nacido para nueve. Pero esto
viéndolo desde la perspectiva humana, algo que con él no era compatible. Tito
era un quita glorias. Tito, según comentarios que se daban en los rincones
alejados donde se reúnen los muchachos que estiran la pasión a un tercer tiempo
y se rinden al romanticismo de lo fantástico, pero donde también caben los
escépticos; no era un arquero común, por su puesto tenía sus días es cierto,
pero había algo más.
A mí entender los muchachos no se
animaron nunca a decirlo abiertamente, todos los que lo habían visto
sospechaban en secreto o tal vez guardaban la certeza en las profundidades de
su humanidad. Tito no era como los otros, no era como vos, Neri Pumpido o el
pato Fillol, Gianluigi Buffón, ni siquiera el gran Amadeo Carrizo se le
comparaba.
Una
tarde, en un partido de esos que nada ocurre, que el sol castiga y aplasta los
ánimos, esos partidos donde hay más pelotazos largos sin destino, peleas y
charlas que fútbol. Era un verano intenso, el ambiente carecía de aire en
movimiento, la luz del sol sobre la cancha hacía que el calor fuese un ente
casi palpable, provocaba cierta reflexión a la que algunos echaban la culpa de
distorsionar el sentido de percepción visual.
Después del reparto que vino luego
de una elegida un tanto injusta me tocó jugar en su equipo. Era una tarde
brillante para el arquero. Había sacado ya tres pelotazos dificilísimos. Un
poderoso tiro de media distancia de Luis que se la ponía en un ángulo. Un
cabezazo esquinado de Rubén en un córner; y otro tiro de media distancia de
López que trepó como lateral derecho y definió arriba al medio del arco; él la
toco, pegó en el palo y se fue al córner.
Ya casi terminando el partido; como
siempre más por cansancio y necesidad de retomar cada uno sus obligaciones que
por un tiempo establecido por reglamento; ocurre el hecho que para algunos
despejaría toda duda sobre su naturaleza ajena a este mundo.
En un último impulso, con el
partido ocho a siete para nosotros, ellos salieron jugando desde abajo y a esa
altura sin problemas para cruzar el medio campo ya deshabitado; la línea de dos
que nos quedaba en el fondo (el resto a esa altura se aventuraba en una
ambiciosa delantera intentando hacer el gol que adorne el día con cierta
pequeña gloria) con Claudio como central y Martín rotando entre el lateral
derecho y colaborando hasta llegar a posición de seis cuando era necesario.
A la altura de tres cuartos de
cancha Edgardo llegó con pelota dominada y sin oposición hasta que Martín
intentó una marca que no prosperó. Mientras esto ocurría Tito, fuera de
circunstancia buscaba una pelota que había quedado cerca del córner. Antes de
llegar a la línea de Claudio que lo esperaba parado, midiendo un tanto la
pelota otro tanto el físico del delantero; Edgardo ve el arco vacío y decide
darle un ‘tres dedos’ (mejor conocido en el barrio como puntazo) fue bien
direccionado, entraba al ángulo contrario al de la esquina en la que estaba
Tito. Ese fue el momento fantástico. Muchos agacharon la cabeza, otros como yo
que me encontraba bajando una posición atrás de Edgardo, estuvimos atentos
hasta último momento para asegurarnos del destino de la pelota. No sé cuántos
centímetros faltaban para que se clave en la red hecha de bolsas de cebolla,
herida por la naturaleza devastadora del tiempo. Cuando de repente entre ella y
la línea, aparece él; como un relámpago, una luz o un viento repentino, la
manotea y la manda al córner otra vez.
Pero ¿Cómo?...
Nadie hasta hoy día se atreve a
ahondar en el caso. Sin embargo muchos de nosotros vimos como Tito sobrevolaba
el aire candente, ondulante y feroz de la tarde, como nítidamente pudo verse
sobre su espalda esa especie de alas angelicales que lo impulsaron unos
cuarenta y cinco metros en apenas una partícula de tiempo. Fui testigo y no
puedo ser parte de aquellos que agacharon la cabeza e hicieron como si nada
hubiese ocurrido, no puedo refutar la gracia que me dio el destino de
presenciar y percibir la intervención de un ángel en una actividad teóricamente
banal. Por eso expreso que venga quien venga; en el potrero, en River o en la
selección; y aunque algunas veces le hayan hecho los goles más tontos que se
puedan imaginar, Tito es indefectiblemente el arquero de mi vida.
Aníbal De Grecia
El arquero que me gusta a mí es Ojo de Halcón, de los Vengadores. No veas si tiene puntería.
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