viernes, 23 de agosto de 2013

Viviana Melinger


                          Viviana Melinger


    Son las tres de las tres de la mañana, después de beber en un bar junto con amigos, parto solitario a la discoteca. Hay una atmósfera  sofocante en el interior y pido nuevamente una cerveza en la barra.
    Comienzo a relojear el lugar en busca de una chica para pasar un buen momento. Veo una rubia bellísima con un vestido rojo en el otro extremo de donde aparcamos los desconocidos, los que no tenemos compañía. Con sus faroles celestes mira  insistentemente como buscando algo conmigo, me acerco y le aproximo  una birra en el mostrador.  Toma un vaso y bebe, señal de aceptación. Enciendo nuevamente un pucho y  le pregunto ¿Cuál es tu nombre?, me contesta “Viviana Melinger”.
    -Vienes frecuentemente aquí.
    -Solía venir seguido, contesta ella.
    -Yo salgo muy poco, porque mis amigos están todos juntados o casados. Todos llenos de rollos.
    -Sí, lo que sucede es que la mayoría se junta y tiene un hijo, después se separa, se vuelve a juntar, y vuelve a tener hijos.
    -Si es un círculo de eterno retorno, como decía un filósofo alemán.
    -Si tal cual, es un circulo que se repite constantemente, por eso yo no quiero entrar en la trampa ja –arrima el vaso y nuevamente lo lleno-.
    Seguimos conversando largos y distendidos, es muy simpática y desenvuelta  en su forma de hablar. Dobla una pierna debajo de la otra, y desnuda sus hermosos muslos.  Se escucha en los parlantes los primeros acordes de Aquella Solitaria Vaca Cubana de Los Redondos. Al ser ricotero siento ganas de moverme y la invito a bailar. Ella acepta y vamos a la pista de baile. Descendimos dos escalones y nos encontramos con música agradable.
    Bailamos Sumo, Virus, Los Abuelos de la Nada, y Soda. Siempre hablando, ya que el sonido no era muy fuerte. A continuación bajan un poco las luces y bailamos la canción A Matter of Trust de Billy Joel, es una canción de las que les llaman tres cuartos. Yo me avivo y sigo bailando, ya que con mi experiencia de bailes se que después vienen los lentos.
    Acierto porque ponen la balada Duele estar enamorado de Gino Vanelli, le digo “Seguimos bailando”; ella me dice que si y me abraza. Mientras nos movíamos lentamente al ritmo de la canción: Y si de Algo Sirve de David Lebón  acerco mis labios a los de ella y agarra viaje, las bocas se pegan  en forma prolongada.
    Se hace tarde la noche, Viviana me dice al oído que tiene que retirarse. Le pido si la puedo acompañar y ella asiente con la cabecita.  
    Salimos del boliche y se siente el frio que congela las piedras. Viviana titiritera y exclama “Que frio que hace”, mecánicamente desenfundo mi campera de jean, le cubro los hombros,  y ella se la coloca.
    Juntos, tomados de las manos, caminamos bajo los primeros rayos débiles del sol. “Doblemos aquí, que estamos muy cerca”, me dice.
Le pregunto si vive sola y me contesta:
    -No, vivo con mi madre.
    -¿Trabajas?
    -No ja, no tengo tiempo para trabajar.
No entiendo su respuesta, cuando pensaba en decirle “Como que no tenes tiempo”, Viviana suelta:
    -Aquí vivo.
    -Ah, es aquí cerca.
    -Sí.
    -¿Estas mañana por la tarde en tu casa?
    -Si mañana voy a estar.
    -¿Puedo pasar a visitarte?
    -Claro que si, bueno nos vemos mañana.
Como una estrella fugaz se introdujo en la casa. Sin darme cuenta me olvido requerir  que me devuelva el abrigo. Me dije, “bah, mañana se lo pido”.
    Al otro día me dirijo a la cita planeada en la casa de Viviana. Golpeo la puerta y me atiende una mujer mayor, con rasgos parecidos a la chica que conocí ayer,  vestida con pantalón azulado y un pullover verde. Le pregunto ¿Aquí vive la familia Melinger? Sí por que lo pregunta, me dice muy amablemente la señora. “Busco a Viviana”. La mujer como si le dijera que la Tierra es cuadrada, me contesta “Es imposible que Viviana viva aquí”. Como la puerta está entreabierta, cautelosamente observo el interior del hogar y digo: ¡Es esa chica! ¡La de la foto! La matrona exclama ¡No puede ser, no puede ser!
    Me quedo perturbado y la mujer dice,  “hace dos años que mi hija falleció”.
    Como si me dijeran que Maradona es hincha de river, le digo “Pero señora si ayer estuve conversando y bailando con Viviana”. Le relato todo lo sucedido en el día de ayer, y a ella no se le ocurre otro idea  que ir al cementerio. Consiento sin convencerme que la chica con la que estuve está muerta.
     Abordamos un remix y nos dirigimos al pueblo de los muertos. Ingresamos momentos antes que cerraran para el público.
    Camino distraídamente sobre las tumbas; sin pensar que solos, sin la compañía de nadie,  todos terminaremos allí.
    Recorremos distintas huellas en el más absoluto silencio. La  espesa niebla  nos rodea y el césped de los jardines se encuentra salpicado por la escarcha, cae como diamantes. Los sepulcros son de variados estilos, la mayoría de la tumbas  oscilan entre tonalidades blancas y grises.
    Voy caminando distraído y la mujer me toma el brazo y dice, “aquí es”. Ante mi asombro veo mi campera colgada en la cruz de la cabecera de una sepultura,  en la lápida dice “Viviana Melinger 1982-2001”.

N. F.

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