Viviana Melinger
Son las tres de las tres de la mañana,
después de beber en un bar junto con amigos, parto solitario a la discoteca.
Hay una atmósfera sofocante en el
interior y pido nuevamente una cerveza en la barra.
Comienzo a relojear el lugar en busca de
una chica para pasar un buen momento. Veo una rubia bellísima con un vestido
rojo en el otro extremo de donde aparcamos los desconocidos, los que no tenemos
compañía. Con sus faroles celestes mira insistentemente como buscando algo conmigo, me
acerco y le aproximo una birra en el
mostrador. Toma un vaso y bebe, señal de
aceptación. Enciendo nuevamente un pucho y
le pregunto ¿Cuál es tu nombre?, me contesta “Viviana Melinger”.
-Vienes frecuentemente aquí.
-Solía venir seguido, contesta ella.
-Yo salgo muy poco, porque mis amigos están
todos juntados o casados. Todos llenos de rollos.
-Sí, lo que sucede es que la mayoría se
junta y tiene un hijo, después se separa, se vuelve a juntar, y vuelve a tener
hijos.
-Si es un círculo de eterno retorno, como
decía un filósofo alemán.
-Si tal cual, es un circulo que se repite
constantemente, por eso yo no quiero entrar en la trampa ja –arrima el vaso y
nuevamente lo lleno-.
Seguimos conversando largos y
distendidos, es muy simpática y desenvuelta en su forma de hablar. Dobla una pierna debajo
de la otra, y desnuda sus hermosos muslos. Se escucha en los parlantes los primeros
acordes de Aquella Solitaria Vaca Cubana de Los Redondos. Al ser ricotero
siento ganas de moverme y la invito a bailar. Ella acepta y vamos a la pista de
baile. Descendimos dos escalones y nos encontramos con música agradable.
Bailamos Sumo, Virus, Los Abuelos
de la Nada, y Soda. Siempre hablando, ya que el sonido no era muy fuerte. A
continuación bajan un poco las luces y bailamos la canción A Matter of Trust de
Billy Joel, es una canción de las que les llaman tres cuartos. Yo me avivo y
sigo bailando, ya que con mi experiencia de bailes se que después vienen los
lentos.
Acierto porque ponen la balada
Duele estar enamorado de Gino Vanelli, le digo “Seguimos bailando”; ella me
dice que si y me abraza. Mientras nos movíamos lentamente al ritmo de la
canción: Y si de Algo Sirve de David Lebón acerco mis labios a los de ella y agarra
viaje, las bocas se pegan en forma
prolongada.
Se hace tarde la noche, Viviana
me dice al oído que tiene que retirarse. Le pido si la puedo acompañar y ella
asiente con la cabecita.
Salimos del boliche y se siente
el frio que congela las piedras. Viviana titiritera y exclama “Que frio que
hace”, mecánicamente desenfundo mi campera de jean, le cubro los hombros, y ella se la coloca.
Juntos, tomados de las manos,
caminamos bajo los primeros rayos débiles del sol. “Doblemos aquí, que estamos
muy cerca”, me dice.
Le pregunto si vive sola y me contesta:
-No, vivo con mi madre.
-¿Trabajas?
-No ja, no tengo tiempo para trabajar.
No entiendo su respuesta, cuando pensaba en decirle “Como que no tenes
tiempo”, Viviana suelta:
-Aquí vivo.
-Ah, es aquí cerca.
-Sí.
-¿Estas mañana por la tarde en tu casa?
-Si mañana voy a estar.
-¿Puedo pasar a visitarte?
-Claro que si, bueno nos vemos mañana.
Como una estrella fugaz se introdujo en la casa. Sin darme cuenta me olvido
requerir que me devuelva el abrigo. Me
dije, “bah, mañana se lo pido”.
Al otro día me dirijo a la cita
planeada en la casa de Viviana. Golpeo la puerta y me atiende una mujer mayor,
con rasgos parecidos a la chica que conocí ayer, vestida con pantalón azulado y un pullover
verde. Le pregunto ¿Aquí vive la familia Melinger? Sí por que lo pregunta, me
dice muy amablemente la señora. “Busco a Viviana”. La mujer como si le dijera que
la Tierra es cuadrada, me contesta “Es imposible que Viviana viva aquí”. Como
la puerta está entreabierta, cautelosamente observo el interior del hogar y
digo: ¡Es esa chica! ¡La de la foto! La matrona exclama ¡No puede ser, no puede
ser!
Me quedo perturbado y la mujer
dice, “hace dos años que mi hija
falleció”.
Como si me dijeran que Maradona
es hincha de river, le digo “Pero señora si ayer estuve conversando y bailando
con Viviana”. Le relato todo lo sucedido en el día de ayer, y a ella no se le
ocurre otro idea que ir al cementerio. Consiento
sin convencerme que la chica con la que estuve está muerta.
Abordamos un remix y nos
dirigimos al pueblo de los muertos. Ingresamos momentos antes que cerraran para
el público.
Camino distraídamente sobre las
tumbas; sin pensar que solos, sin la compañía de nadie, todos terminaremos allí.
Recorremos distintas huellas en
el más absoluto silencio. La espesa
niebla nos rodea y el césped de los
jardines se encuentra salpicado por la escarcha, cae como diamantes. Los
sepulcros son de variados estilos, la mayoría de la tumbas oscilan entre tonalidades blancas y grises.
Voy caminando distraído y la
mujer me toma el brazo y dice, “aquí es”. Ante mi asombro veo mi campera
colgada en la cruz de la cabecera de una sepultura, en la lápida dice “Viviana Melinger 1982-2001”.
N. F.
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