sábado, 2 de noviembre de 2013

Juegos Incompletos (Cuento largo)

Juegos Incompletos (Cuento largo)
     
"El amor es un juego donde un par de ciegos juegan a hacerse daño"
            Joaquín Sabina


                                                           


    Esta historia comienza en el verano; cuando estamos de vacaciones del colegio. Hace pocos días nos mudados de barrio, en la misma ciudad.
     Al ser novicio aquí no cuento con un amigo cercano.
     Es un barrio muy pintoresco, sus calles están empedradas, las casas respiran tranquilidad, es como si sus habitantes pernoctaran todo el día. Las noches son cálidas  y corre una tibia brisa.
     La base principal de la economía gira alrededor del tráfico comercial.
     Cuento solamente con catorce años, soy un pecado de juventud. Soy dueño de aquella belleza integra de la adolescencia. Me comporto como un niño ante un extraño y tiemblo cuando veo una  serpiente.
     La mayor parte del ocio lo utilizo en mi mayor  placer, que consiste en disfrutar de la música. Escucho mucho la radio, con el fin de grabar en un cassette las canciones que me agradan. Muchas veces sucede que, con la intención de atrapar una canción en la cinta, espero un prolongado tiempo.
     Al término de la jornada con gran entusiasmo disfruto de lo capturado en el grabador.
    Matilde, la chica que vive al lado de mi casa, pasea continuamente por la vereda de la cuadra. Me saluda todos los días y  busca conversación. Soy cortante y  busco escabullirme de ella, no me agrada ni su cara, ni su cuerpo, ya que no ha sido beneficiada en el reparto de la naturaleza. 
    También acostumbro a estar de pie, con los brazos  recostados  en el portón, acodado frente a mi hogar. Lo que más observo es las jovencitas de mi edad que transitan por el lugar. Especialmente  llama mi atención  la belleza de una chica que pasa todas las tardes con otra muchacha que, con el transcurrir del tiempo, descubro que es su hermana. Caminan juntas todos los atardeceres calurosos por la vereda opuesta a mi casa.
     Se dirigen a la vivienda de Daniela, que dista a pocos metros de donde resido. Cuando regresan a su hogar la vecina siempre las acompaña. De lo expresado se concluye que son muy amigas.
     Todos los días de este verano  ruego ansiosamente que pasen rápidamente las horas y,  de manera impaciente, espero la tarde para ver aquél rostro angelical que me atrae.  En una ocasión quiero llamar  su atención. Cuando cruzan cerca de  mi casa les digo «Las tres Marías la del medio es la mía». Ellas siguieron su recorrido murmurando y sonriendo. Después pienso que lo he expresado mal al piropo, lo  que debería haber dicho era, «las tres Marías la que me mira es mía». Y reflexiono que lo que traicionó mis palabras fue el hecho que la chica que me seduce  justamente caminaba en medio de las tres.
     A partir de ese día  todas las tardes monto una  guardia en mi domicilio esperando que ellas pasen. Cuando caminan cerca de donde me hallo, las chisto para conseguir de algún modo llamar su atención. Ella  unos segundos me contempla  y otros desvía  su mirada al costado. Yo repito su juego. En los instantes triunfales que nuestros ojos se encuentran  me siento dichoso que ella se fije en mí. Cuando no me mira la chisto con ese propósito. Ella baja  su semblante y sonríe. Es el rostro de la vida que despierta.
     Todo es un juego de seducción que me fascina, deseo que sea eterno, pero pronto empiezan  nuevamente las clases y creo que todo terminara simplemente en eso.
     Llega marzo, el otoño, y el comienzo de clases de mi segundo año de la secundaria.
     La mayoría de los compañeros son los mismos, aunque se integraron algunos nuevos. Entre aquellos ingresó una chica que se llama Nancy que, a la vez, es vecina del barrio.
     El medio común en que nos transportamos los colegiales es el colectivo urbano. El turno tarde tiene como horario de ingreso a las aulas de trece y treinta. Según que línea se aborde  el viaje, desde la parada de ascenso hasta el destino, es de veinte o  treinta  minutos. El que pasa con más frecuencia es el veintiocho. Sí se hace tarde camino una cuadra más y subo al dieciséis, que tiene la ventaja de transportar  rápidamente  en un viaje de quince minutos. Además me deja muy cerca del colegio. En la misma parada habitual del veintiocho  atraviesa el veintidós. Pocos ascienden a él porque tiene el gran inconveniente que circunda la ciudad en su recorrido, lo que produce que demore cuarenta minutos en llegar al centro.
   Resulta extraño que por las mañanas no la veo pasar a la chica que me gusta, por  lo que descarto que asista a ese turno.
    Viviendo ella muy cerca de mi hogar forzoso es concluir que tendríamos que encontrarnos en la misma parada, pero eso no sucede.
     Una tarde, a la salida del colegio, salgo caminando rápidamente rumbo a la parada de retorno. Siempre camino apresurado porque quiero llegar antes de las diecinueve horas, ya que soy un fiel seguidor del programa diario de televisión Música Total Videos. Cuando me encuentro en pleno viaje veo que,  junto a otros pasajeros, ella está viajando de pie. Lo primero que advierto es su uniforme, tiene el cuello azulado, esto indica que pertenece a la Escuela Normal Número Uno.
     Por momentos ella me mira  y la correspondo. Primero la observo seriamente, aunque después  no puedo ocultar mi sonrisa. Ella actúa de la misma manera. Espío y a la vez soy  espiado.
     Después que nuestro ojos se encuentran,  inmediatamente agacha su cabecita y sonríe por lo bajo.
     En todo el recorrido del viaje transcurre éste juego sin mediar una palabra.
     Una vez llegado al barrio ella desciende en la parada anterior.
     Desde ese día  muchas veces nos encontramos a la salida del colegio, en el ómnibus veintiocho de seis y cinco aproximadamente.
     Los lunes y viernes viaja sola, los martes la acompaña su hermana.
     De estos hechos deduzco que los dos primeros días su hermana debe tener séptima hora, lo cual hace que se retire mas tarde del colegio y ella deba viajar sola.
     Es usual en ésta ciudad  que los alumnos de primer y segundo año de la secundaria tengan un día de séptima en la semana. Los estudiantes de los cursos superiores, en cambio, tienen dos días de séptima en la semana. En la jerga se denomina séptima  a los cuarenta minutos de clase que se le agregan al horario habitual.
     Para concluir, el miércoles no me encuentro con ella porque yo tengo séptima en la semana  y el jueves  lo tiene ella.
     El mes de abril trae dos novedades. La primera consiste en que tanto la muchacha que me atrae, como así   también su hermana, se hicieron amigas de Nancy. Y, a consecuencia de ello, la segunda novedad es que todos los días nos encontramos en la misma parada de inicio del traslado.
     Cierto mediodía caminaba rumbo a la parada de ida que me conduce al colegio, en el trayecto me encuentro con las tres amigas, una cuadra antes. En ese momento venía el veintidós en nuestra dirección. Nancy se dirige a mí  y me pregunta ¿acá para el veintidós? A lo que contesto que sí, que ésta esquina también es una parada. Nancy extiende su brazo derecho y el colectivo se detiene. Ellas ascienden. Como es temprano,  las sigo y también subo. El vehículo viene con pocos pasajeros, las chicas se acomodan en la parte posterior, por mi parte me ubico en el medio  y me siento. Ellas conversan en voz baja y cómplice. Se ríen  y sospecho que algo raro están planeando.
     Llega el ómnibus cerca de la escuela,  Nancy  me interroga  nuevamente si acá deberíamos bajar. A lo que asentí con la cabeza.
     Al descender  Nancy se ubica a mi lado y caminamos juntos conversando trivialidades del colegio. Unos pasos antes de llegar  me dice:
     -Te gusta Karina.
     -¿Cuál es Karina?
     -La que viajaba sentada.
     -Sí me gusta -contesté- ¿Y quién es la que viajaba de pié?
     -Es Patricia  y es su hermana.
     De regreso a mi hogar, una tarde, ocurrió algo especial.
    Subo al colectivo y saco el boleto escolar. Observo a los primeros asientos  y está el rostro del paraíso. Me mira tímidamente y me dice «Hola», a lo que respondo de la misma manera. Luego ella cede el asiento a una mujer en estado de gravidez y se ubica muy cerca.
     El ómnibus se llena de gente y  viajamos como sardinas enlatadas. Próximo de nosotros se encuentra un compinche del colegio. Enseguida él advierte la química que hay entre Karina y  quién narra.
     A mitad del recorrido el cómplice se instala a mi lado. La observo a Karina que lo examina y sonríe. Todo el tiempo quiero mirar el rostro de la vida. No entiendo que sucede  pero sospecho una jugada de Ifrán. Volteo mi cabeza a mi compañero y veo que Karina dirige la mirada en nuestra dirección. Observo  nuevamente  y ojeo que Ifrán me señala con la mano. Entonces descubro porque ella carcajea tanto.
     Cuando llegamos al final del recorrido, Ifrán le dice a Karina «Este es mi amigo Nelson  de verdad es muy bueno, pero algo tímido». Ella desciende  ya sin ocultar una gran risotada.
      Estoy metido como un camión en un bache, ya no me conformo solo con verla. Mis amigos me dicen que simule mi encantamiento  pero no puedo evitarlo. Es inútil intentar no pensar en ella y es como que tengo la obligación (sin tenerla) de hablarle.
     Estoy como poseído por un demonio, como si estuviera bajo el influjo de un hechizo. Ya no puedo ocultar mi sonrisa cuando la encuentro. Es una maldición  tirana que no me da tregua, no tengo paz, ni puedo preocuparme en otra cosa  que no sea  Karina.
     Leo un escrito de Baudelaire que dice: «El amor es un espantoso juego donde es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo»; esto es lo que me sucede, soy la víctima de un verdugo.
     Las palabras del poeta francés apuñalan mi corazón desvelado  y en el insomnio de la noche escribo:     

                                            Encadenado
                                   Sueño que vienes a mí
                        Que tu abrazo se encuentra con el mío    
                                       Ansío tenerte a mi lado
                                    Y besar tus carnosos labios         
                                      
                                         Recuerdo tus ojos
                                  En la sombra de mis sueños

                           Necesito el amor de tu mirada
                             Para recuperar la esperanza

                                Imagino morder tus labios
                                Como a una fruta madura
                                 Y acariciar tu cuerpo

                                Siento que te alejas y acercas
                                 Siento que estás cerca de mí
                                 Siento moverte sensualmente
                                Bailar desnuda dentro de mí

                                         En ésta hoja
                                     Se escurre una lágrima
                                        Por quererte tanto 

     Mas tarde examino en mi habitación un cuaderno que me presto Viviana, una compañera del colegio. Esta escrito a mano y contiene un cancionero de rock nacional. Curiosamente encuentro la letra de Juegos Incompletos de Virus, y me identifico fielmente con lo que manifiesta. Alguien me dijo alguna vez que las casualidades no existen, que todo en la vida es causalidad. Por algún motivo desconocido guarde en mi memoria esas palabras. Reflexiono que todas las personas que protagonizan nuestras vidas son por causalidad, conocemos a quién no tenemos que pecar de ignorancia. Si alguien no está predestinado a que lo conozcamos, jamás la cruzaremos.                                    
     En los primeros días de  junio Mabel, una compañera de la escuela, nos cita a  todos los del curso para que  nos juntemos en el primer  recreo después de clase.
    Era el único recreo largo de quince minutos y fui al baño con Ifrán. A pesar de ser alumno de segundo año tenía temor que me confundieran con uno de primero, ya que a los primerizos los de quinto le tenían prohibido el «privilegio» de ir al baño. En caso de hacerlo recibían insultos y golpes. Como iba acompañado de aquél corpulento compinche no temía que me confundieran, además él era muy conocido. Ifrán encendió un cigarrillo y me pidió que lo esperara hasta que lo termine. Me pregunta si fumo, a lo que contesto «Muy pocas veces porque no se tragar el humo». El me señala «Ja, yo aprendí a fumar de casualidad. Resulta que estaba pitando y Daniel me pregunta si me prepare para la prueba de matemáticas, me agarro la cabeza y digo ah me olvide. En el momento que pronuncio la a muy profundamente trague el humo, y de esa manera aprendí». ¿Y como haces para fumar tan rápido en tiempo de clase? Indago por curiosidad. Así me dice, inhala una gran bocanada de humo, «ja ja me fumo todo el pucho en cinco pitadas; porque si hago mucho tiempo los profesores me niegan mas adelante el permiso para salir».
    Después nos acercamos a un grupo de compañeros que estaban reunidos en rededor a Mabel. Me reía porque las chicas se alejaban de Ifrán diciendo,  “que olor a pucho que tenes.”
    Mabel  llama uno a  uno a  todos los compañeros  y compañeras entregando  en  mano una tarjeta de invitación. Me dice:
     -Esta es una tarjeta de entrada  para festejar  mis quince en Alliage.
    -¿Donde queda? -pregunto.
    -En la calle San Martin al mil quinientos.
    -¿Puedo ir con alguien?
     -No, ésta  tarjeta es personal.  
     -Bueno  nos veremos allá.    
     -Espero que vengas porque es muy especial para mí.       
                                                           
                                                          
                                                                             *                                                                  

      Me encuentro  en  un extraño y  oscuro  lugar, parece una antesala  del  infierno.
     Los edificios parecen destruidos por  un voraz  incendio. El ambiente es sórdido y  fétido; se  respira un aire  malsano.
     La  niebla es espesa y rodea todo el sitio. Es un panorama desolado y dantesco.
     Hay  un  gran baile lleno de personas desconocidas que danzan  al  ritmo de una  música extraña. Estoy mezclado y confundido entre ellos. Todos pelean  y discuten en voces altas y  roncas.
     Al más temible de ellos se le transforma la mirada. Tiene los ojos luminosos de un  intenso color bermellón que  despiden  fuego.
     Mira a los ojos de otro y le  transfiere esa fuerte  mirada. Aquella se va transmitiendo  rápidamente,  pasando por  todos.
     Enfilo a quién tiene esos ojos con llamas a su alrededor y, al observarlo, soy  invadido por el  influjo.
     Busco a otro cerca a quién transferir el hechizo. Giro la cabeza y ¡No encuentro a nadie!
     Me encuentro  atormentado  y  poseído por  una  maldición  que me altera  viendo a todos  los seres con  miradas oscuras  y  malévolas que me  persiguen. Todos  segregan  babas de sus bocas.
     Es tan grande la angustia que tengo por ésta  desgracia que me  revuelco al suelo  lleno de odio.
     Desesperado quiero huir de éste lugar que da espanto.
     Confundido me incorporo de ésta pesadilla y, con temor, pienso que es un sueño premonitorio.
     Llega la noche del domingo, es el cumpleaños y fiesta de Mabel.  
    No tengo ganas, ni  el coraje, para asistir a ese baile. Afuera está helando y creo que va  a  ver  mucha gente desconocida. A pesar de mi pesimismo, a  las diez de la noche me encuentro vestido para la ocasión.  Inclusive  mi madre adquirió un  obsequio para  la cumpleañera.
      Pasaron unos minutos de las once y mi padre me dice:
     -Salí  pronto que se te va a ser tarde.
      -No, no quiero ir. Quiero quedarme para ver en la tele fútbol de primera, que todavía  no pasaron los goles de Boca.
     ¡Pero acaso te vas a quedar! -repuso-, no seas tonto. Una oportunidad así no se tiene todos los días.
     Presiento que algo va a salir  mal. Cuando uno tiene esa sensación es muy  probable que  las cosas terminen mal.
     Sin embargo tomo el regalo y me dirijo a la parada, en la calle la niebla congela las piedras.
     Subo al bondi y, desde el fondo,  escucho una voz conocida que me llama. Es Ifrán.
    -¡Hola Nelson! ¿Cómo va? 
     -Bien pero cagado de frío.
     -¡Che! ¿Trajiste regalo?-y añade- porque yo no  llevo.
     -¡Sí! Acá  lo tengo.
     -Ah, buenísimo, entonces cuando lleguemos al centro  bajemos directamente en Alliage.
      Llegamos al  boliche y nos dirigimos a la entrada. Allí se encuentra un vigilante, les entregamos las tarjetas e  ingresamos.
     Hicimos unos  pocos  pasos por un puente y  nos  recibe Mabel.  La saludamos  y le entrego  el  obsequio.
     Bajamos  de una escalera y vamos a la barra, donde se encuentran la  mayoría de los compañeros del colegio.
     El lugar es una joyita. Bajan las luces y se escucha  la canción: Amor Descartable de Virus. Todo es perfecto. Encienden una bola espejada, la  luz impacta en el artefacto y en las paredes se observa dibujos que forman burbujas violáceas en movimiento. En la barra Daniel está chamuyando al cantinero,  y le pasa unos australes que juntamos entre todos. Gira su cuerpo y, en voz baja, nos dice que está todo arreglado que pidamos lo que se  nos antoje.
     Le pregunto a Ifrán que pidió, me contesta un whiscola. Entonces pido lo mismo al mozo.
     En ese momento; todos mis amigos miran conmovidos al puente de la entrada.  Daniel exclama: ¡Miren!  ¡Ahí viene Nancy con dos minas!
     Otro añade: ¡Y están  rebuenas!
     Observo a esa dirección, para ver quiénes son, y no lo puedo creer.
Con gran  asombro  veo que Karina y Patricia son  las amigas que acompañan a Nancy.
     Ella está radiante con sus hermosos ojos grises, su cabellera negra  tormenta que brilla, y su  hermosa boca  pintada de un furioso rojo. Es un ángel en la oscuridad. Tiene el poder de la belleza, es un templo para adorar.
     Las tres avanzan y se acercan. Simulo estar distraído como si  nunca las  hubiera visto.
     Nancy se ubica donde hay un grupo de compañeras  y conversan. La pista comienza a poblarse  con la canción: habitaciones cuadradas de Al Corley, que está muy de moda. El rectángulo de baile finalmente se  llena de gente.
     Se acerca Viviana, una compañera, y me dice «Viste Karina  la amiga de Nancy» y agrega «Está remetida con  vos, nos agarró a todas y pregunta  todo  el tiempo por  vos».
     Estoy convencido que Karina está interesada en mí,  pero mi pusilanimidad me reprime a actuar.
     Ifrán, que oyó el comentario, me dice:
     -No seas boludo sácala a bailar.
     -Quiero bailar con ella  pero ahora no  la veo.
     -Allá está  bailando con un  tipo.
       Levanto el rostro, miro hacia esa dirección y distingo que el rostro de la vida está bailando. Pero no me atrevo a interrumpirla.
     -Sí  allá está -digo- pero está bailando con otro.
     -No seas boludo toma coraje y sácala a bailar.
    En ese instante no tengo tiempo de reflexionar  y  debo actuar rápidamente.  Lo último que me dijo Ifrán  me inquieta y moviliza. Empieza a  escucharse cuando pase el temblor  de Soda  Stereo, al  ser una de mis canciones  favoritas decido ir a la pista de baile.
      Me dirijo al chabón que está bailando con  la belleza,  le pregunto sí me deja bailar está canción con  la chica. El  accede  y se retira.
     Después perciben mis oídos la canción grande en Japón de Alphaville, a continuación  bailando hasta que se vaya la noche de Fito Páez.  Sinceramente me agrada mucho la música  que estamos escuchando,  y me cuesta  quitar mis ojos de ella  mientras bailamos.
      Karina  me mira unos segundos y otra  mira al costado, donde baila su hermana. Mi  corazón late a mil y  no sale ninguna palabra de mi boca. Entonces me  acerco a su oído, para romper el  hielo, le susurro:
     -Yo siempre te veo pero ahora te quiero conocer.
     -Me llamo Karina ¿Y vos?
     -Me llamo Nelson.
     -¿Sos compañero de Nancy?
     -Sí  ella es compañera del colegio -y agrego- al igual que mucho de los que están aquí.
     -La verdad es que sos muy tímido.
     -Sí,  me cuesta mucho relacionarme con el sexo opuesto.
     Esperé una situación oportuna y le digo:
     -¿Donde aprendiste a sonreír así?
     -No lo sé -dice riéndose.
     Cuando la vi por  primera vez  pensé si algún día podría  conocer  una chica tan linda. Ella sonríe nuevamente y seguimos bailando sin conversar. El rostro del paraíso me mira fijamente, luego baja su vista. Después me dice que la espere un minuto que va a la toilette.  Le contesto que está bien  y  me retiro.
     Aunque  me quedé con ganas de seguir  bailando estoy conforme de  estar cerca de ella derrotando al miedo.
  Por mi lado me retiro al baño que se encuentra en el subsuelo, debajo de la barra. Voy en busca de un consejo, como si estuviera ante el síntoma de una enfermedad desconocida.
     Mis compañeros están  reunidos y conversando. Ifrán  interrumpe y me dice:
     -Y como te fue ¿Hablaste con la mina?
     -Sí hablé un poco.
     -¿Te sonreía? -preguntó otro.
     -Sí, por  momentos me miraba y sonreía.
     -¡Uh! Esa mina está con vos, sos Gardel -irrumpe nuevamente Ifrán-  no tenes que desaprovechar  esto.
     -¿Y que tengo que hacer?
     -Tenés que arreglarte con  la chica -dice Daniel.
     -¿Y como le digo?
     -Decile que te gusta  mucho  y que queres ser novio de ella.
     - Y sino sácala a bailar un  lento -añade Ifrán- que enseguida van a comenzar.
      -Pero no sé bailar lento.
     Entonces Ifrán y  Daniel bailan entre ellos.  Ifrán dice, «pero no me beses».  Y  todos  se largan a reír a carcajadas. Ves, dice Daniel,  tenés que poner un  pie en medio de sus piernas  y moverte lentamente. Así fue como hice un curso acelerado de como bailar un  lento.
     Después  Daniel  me dice “Bueno yo hago de mujer y practiquemos.”
      -Viste que fácil que es.
      -Sí, pero yo no soy mujer -todos se ríen nuevamente.
         Me dirijo a la pista y no la veo. Viviana se arrima y me dice que Karina está buscándome. La encuentro y le digo:
    - Podemos ir a los reservados que necesito hablar con vos.
   -¡Pero ahí  están las parejas!
     -Es muy importante  lo que te tengo que decir.
     -Está bien, vamos.
     Nos sentamos cerca de una pareja que están besándose.  Nos corrimos y alejamos un  poco de ellos.
      -¿Que  música te gusta? -le pregunto.
     -De todo un poco.
     -Acá están  pasando muy  buena música.
     -Sí me agrada.
      -También me gusta el  rock internacional -le digo.
     -Hay  un tema  lento que me gusta  mucho.
     -Seguro que es la canción ¿Es esto amor? de Whitesnake.
     -¡Ah! Sí creo que así se llama.
     -Y el  rock nacional  ¿Te gusta?
     -Sí  también.  Escuché una canción de  Fricción  muy  buena. Creo que se  titula  Héroes.
     -Sí  yo también la escuché -y agrego- la canción es de David  Bowie  y ellos adaptaron  la  letra al castellano  ¿Y  cual es  tu segundo  nombre?
     -Elizabeth.
     -¿Te gusta leer?
     -Sí  leo un poco, me gustan las novelas ¿Y a vos?
    -Me gustan las novelas de Dostoievski ¿Cuantos años tenes?
    -Hace poco cumplí catorce.
   -¿Qué es lo que más buscas de un hombre?
    -Me fijo que sea bueno.
     Después seguimos hablando de otras cosas que no refiero. Más tarde se hizo una pausa de silencio, tomé un  poco de aire,  y  le pregunto:
     -¿Yo te gusto? le pregunto sin dejar de mirarla.
     -Sí.
     -¿Querés ser mi novia?  
    Karina con cara de tomate me contesta «Pero como me vas a pedir eso sí apenas nos conocemos».  Me quedo como una maquina tildada.
     Pienso dentro mío ¿Que hice  mal? ¿Por qué algo que era fácil es difícil? Confieso que se necesita un decodificador para descifrar a las mujeres.
     Pasado el mal momento la invito a bailar. Ella acepta.
     Nos  acercamos a la pista,  Karina  sorprendida me dice:
     -¡Pero están pasando lentos!
     - Y cual es el problema -respondo enojado.
     -Esta bien vamos.
     Queda  terminando el  tema como un tonto de Robin Gibb, la tomo de la cintura y ella  me abraza.  La  llevo al  medio de la pista. Bailamos al ritmo de una canción nueva que no conozco y que es muy agradable.
     En el corazón de la canción  Karina retira su rostro de mi mejilla izquierda, me mira fijamente a los ojos y me besa  en la boca.
     Ella deja de besarme y mira hacia las escaleras de arriba, que dan al puente de la entrada.  Me dice al oído que Nancy  y Patricia le hacen  señas  para  que vaya  con ellas, que tiene que marcharse.
      Las tres abandonan  el  lugar.
     La contradicción de la vida de negarse a ser mi novia y luego besarme, me sitúa como si fuera testigo de un asesinato.
     Derrotado salgo del boliche y me dirijo a la parada de ómnibus.  
     En el colectivo me encuentro con Ifrán que me pregunta:
    -¿Che como te fue?
     -Hablemos de otra cosa, de ese tema  no deseo hablar.
     -Pero contame que pasó -y agrega- sí  vi que se  besaron en la pista de baile.
     -La verdad es  que  no la entiendo. Primero me dijo que  no quería ser mi novia  porque apenas nos conocemos y después  me besa.
     -Pero  no chabón. Cuando te dijo eso, vos tenías que haber retrucado que te de una oportunidad.
     -Era tal mi confusión que no se me ocurrió pensar en esa respuesta. Pero no importa ¡Ya  fue!  
    Cansado en  la  madrugada, solamente pensaba en  recostar  mi cabeza en la almohada. El colectivo se  mueve en el silencio, lo único que se escucha es la radio.
      En  los  días que siguen  escucho la radio buscando  la canción  lenta que bailé con el borde de la belleza. Finalmente la engancho y la grabo en  un cassette.
 Cuando termina el tema el  locutor dice: “Esta canción  es  para  todos los que están enamorados  y se llama cada vez  que te vas de Paul Young.”
    Es el  tema que  tanto buscaba. Una y otra vez  escucho la grabación, en cada repetición aumenta mi pesar.
 Cierro los ojos mientras escucho la cinta y mágicamente recuerdo el rostro del paraíso. La tristeza me invade y, con ojos mojados, escribo:

                                             Sensibilidad
 

                                        Sólo se que viene
                                          Este sentimiento
                                              De vacío
                                            Al no tenerte

                                       No sé donde estás
                                        Ni siquiera sé si estás
                                          Extraño tu mirada
                                       Que todavía la siento

                                            Se que no logro nada
                                                Al recordarte
                                              Sólo me trae tristeza

                                              Si te olvido
                                             Me muero

                                     Y cuando te recuerdo
                                            Me desangro

                                           Si te tengo
                                                     Y no…
                                             
     Escucho varias veces la canción  buscando alguna  respuesta  que  me explique que es  lo que sucedió. Pero no encuentro ninguna.
     Una tarde, a la salida del colegio, tomo el veintiocho y en la parte posterior del vehículo está sentada  la hermana de Karina.  Me llama  y me  dice que quiere contarme  algo:
     -Hola Nelson.
     -Hola  ¿Cómo estás?
     -Yo estoy bien pero no puedo decir  lo mismo de vos.
     - La verdad es que no me siento bien. Tengo mucha tristeza.
     -Es por lo de Karina ¿No?
     -Sí.
     -Sabes lo que pasa- dice Patricia para consolarme-  que Karina es virgen y nunca tuvo  novio.
     -Entonces decile que me regale una estampita.
     Ella se ríe y  después cambiamos de tema de conversación. Cuando llegamos al final del recorrido nos despedimos con un beso en la mejilla.
      En todas las chicas veo clones de Karina. No sé si  tiene cura éste mal que en todas las minas está grabado su rostro.
     La  busco desesperadamente cada noche que salgo para pedirle que me de una oportunidad. Una  madrugada, a  la salida de un baile, observo que bajo la copa de un árbol  hay  una pareja  besándose. Cuando transito cerca de ellos miro y no lo puedo creer. Descubro que es Karina, en ese instante quiero que me aplaste un tren.
    Ella era mucho para mí, soy un tonto que creía en los reyes magos.
     A partir de allí perdí mi inocencia. Tengo una gran desconfianza a enamorarme porque sé que en  «La  mujer es todo un enigma», como escribía un gran filósofo.
     Este desamor  me deja el presentimiento que jamás voy a enamorarme de otra chica. Tengo  miedo de ilusionarme inútilmente.
     Los años  van a  cicatrizar  mi herida abierta y debo seguir mi camino.
     Uno siempre está buscando el amor y cuando lo encuentra quiere conservarlo. Es una lucha interminable.
     Pasaron unos meses. Nancy  me contó que Karina y su familia se mudaron,  no la volví a ver.


          Nelson Fediuk

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