el retrato
martín fernández es un joven e incipiente
empresario que eligió ostende como lugar para veranear. desde la costa puede verse
el azul del mar confundirse con el cielo formando todo un solo color, también se
puede oír el ruido de movimiento y
fatiga del mar. recorriendo la pequeña ciudad tropieza con un hotel en venta a unos pasos,
caminando por las dunas, del mar extendido... ese mar que no tiene dueño. la pequeña
ciudad le gusta mucho, es pujante y tiende a un gran futuro en la industria sin
chimenea. entusiasmado con la oportunidad de realizar un negocio adquiere el
establecimiento.
el hotel continua su marcha con el mismo
personal, impuesta por una cláusula especial en el contrato.
martín en una noche húmeda y pesada de
agosto, que había venido a visitarme, me cuenta un suceso misterioso que aconteció
en el hotel y que voy a intentar relatar con sus palabras.
horacio, un cliente, pide por anticipado
alojamiento en época estival. el turista seducido por la tranquilidad de
ostende y la amabilidad del servicio hotelero renueva por otra semana la
estadía. la habitación católica de horacio huele siempre a cenicero. horacio es
cabezón y ligeramente encorvado hacia adelante, tiene una blanca piel femenina
con ojos marrones.
ya desde los primeros días había entablado
una cordial amistad con jorge, el encargado y recepcionista.
cuando el sol se despide un perro negro, en
el largo pasillo tapizado de rojo, levanta la cabeza y estira su cuello mirando
una pared desnuda, da un aullido lúgubre que desconcierta al espíritu como
cuando quedamos tras un primer beso apasionado. los ojos de horacio van hacia
el perro que permanece inmóvil, parece atormentado por algo invisible y sin duda
desconocido porque se le colocan todos los pelos de punta. recuerdo que en el
campo me contaban historias de perros que sienten el dolor humano y huelen la
muerte.
las noches tienen sus leyes y finalmente en
una golpean suavemente a su puerta. la
abre y encuentra una niña con vestido y moño blanco.
el turista observa sorprendido a la nena y
le pregunta ¿qué buscas? ella responde “señor no me daría un vasito de leche”.
el hombre contesta, “como no, ya te traigo”. se dirige a la heladera y regresa
a la puerta con el vaso con leche, pero la niña desaparece.
la siguiente noche se repite la misma escena.
a veces pasan hechos que no podemos
controlar y con los que al respecto no podemos hacer nada. en el cerebro no hay diferencia entre las
cosas reales que vemos y las que imaginamos. la verdad produce un efecto muy
diferente en las distintas personas.
horacio intrigado por la situación siente un
soplo frío que recorre su espalda y resuelve comentar el suceso al encargado.
en la tormenta de la duda cualquier puerto es bueno.
jorge recibe al huésped en su oficina. el
turista narra lo acontecido en las dos noches y después el interlocutor le pide
que describa la niña. comienza diciendo que tiene un vestido blanco y un moño
que llama mucho su atención. en ese instante horacio levanta la vista y observa
con asombro que en un cuadro se encuentra la misma niña que traza en su relato,
señala el retrato y exclama ¡es esa la niña! el encargado se toma la cabeza, impidiendo que
estalle, y repite varias veces “no, no, no puede ser… no puede ser” y agrega
luego, “esta es mi hijita que falleció hace dos años y todas las noches, antes
de dormir, me pedía un vaso de leche.”
nf
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