El mundo es mi enemigo
Ten más miedo del tiempo que de mis ojos. Ezra Pound
Cuando sanamos de alguna herida la vida nos
repite la misma experiencia disfrazada hasta que logramos trascenderlo. Los
humanos tenemos la tendencia a repetir. A veces hay que esperar mucho tiempo
para que sane una herida.
En la ausencia nacen los poetas y el apego
es una debilidad. Cuando era muy niño pensaba que el mundo era bueno, es como
que me dijera "Que se confíe."
La mayoría de la gente desea dos decentes
comidas diarias y un poco de sexo. Schopenahuer tenía las cosas bien claras,
sabía que a muchos se les niegan esos dos deseos básicos.
Cuando alguien ha nacido pobre hay cosas que
nunca olvida.
No tengo grandes pretensiones, además de una
chica que me quiera, lo que quiero es una casa, un poco de comida, pocos
amigos, un poco de dinero para comprar cigarrillos y libros, y no tener dolores
de muelas ni largas enfermedades.
Ella
es tangible y es la misma mujer. El amor es algo que hay que desconfiar ¡Porqué
te deseo?, ese deseo es mi demonio. A veces nos sentimos tan atraídos por una
mujer que es muy difícil reprimir eso. Todavía sueño con la belleza...
Después de un par de años de espera la veo. Lleva
una remera roja, que simboliza peligro y sangre. Tiene las mas lindas piernas
que he visto. Es tan difícil estar cerca de ella y lo único que pido es un poco
de amor. Ella es muy real y en las cosas verdaderamente importantes estamos
solos. Estoy acodado en el portón de mi casa y a media cuadra viene caminando Karina.
El amor sufre todo y soporta todo. Es verano y hace mucho calor en Misiones. Me
dije, "esta es la oportunidad que tanto he esperado". Me arrimo a la
calle y con cara de póker le digo:
-Hola..., puedo robarte un poco de tu
tiempo.
Nuestros ojos se encuentran.
-Sí, dale -mientras acaricia sus rulos.
-Quiero invitarte el domingo a tomar tereré
en mi casa -agrego-, me gustaría conversar con vos y conocerte un poco.
-Dale ¿A qué hora?
-Por la tarde, te pido solamente si podes
traer un poco de yerba porque no tengo.
-Bueno..., está bien yo traigo la yerba
-sus pupilas se dilatan.
-Jugo tengo.
El pedido que traiga yerba fue para
probarla. Ella es la única chica que deseo y mi deseo es intratable. Las demás
solo fueron sexo y diversión. Nos despedimos con dos besos, uno en cada mejilla.
Los varones creemos que nosotros ponemos una trampa y ellas caen, cuando en
realidad ellas ven la trampa y se tiran encima. Ellas, ya sean minutos o años,
ya tienen una decisión tomada. Mientras Karina se retira, yo la espío desde una
ventana y sonrío sonoramente. Ella se da vuelta y me doy cuenta que también sonríe.
Vale mucho que te elijan, pero todo tiene su
tiempo.
Aquello sucede un viernes. Su sonrisa me sigue
en todas partes. Esa noche me hallaba como un niño con un juguete nuevo. ¡Al
fin mi deseo se va a concretar!
El domingo, cerca del mediodía, tengo un
espantoso dolor ignoto a la altura del abdomen. No quiero al mundo y el mundo
no me quiere a mí. Es bueno creer en Dios, pero no es necesario creer en una
religión. Normalmente los domingos siento nauseas producto de la borrachera del
sábado. Pero ese fin de semana no había salido, esperaba mi gran encuentro con
la chica de mis sueños. No vale la pena esperar la felicidad, otra vez el mundo
se burla de mí y ningún hombre merece ser feliz.
Mi mamá me administra calmantes para el
hígado, pero el dolor no cesa. Mi madre resuelve entonces consultar al médico
jubilado de la esquina, ella siempre me protege y cuida y nunca me ha fallado. El
doctor García me aprecia mucho, porque soy amigo de su hijo.
A la media hora acude el médico clínico, me
pregunta:
-¿Qué te anda pasando?
-Me duele mucho en esta parte.
-A ver..., creo que sé que te anda pasando
-agrega el doctor-, te voy apretar acá y decime si te duele.
Hurga en mi abdomen y cuando me presiona un
dedo doy un gran alarido. Presiona más fuerte y grito aún más. Soy un imán para
el sufrimiento. Llama a mi madre y le expresa delante mío: "Su hijo tiene
apendicitis, es muy grave hay que llevarlo urgente a que se lo extirpen."
Mi padre había ido a pescar con mis dos
hermanos. Cuando llega a la siesta, mi madre le transmite las malas noticias.
Con gran dolor asciendo al fiat 128 rumbo al hospital.
Maldita suerte la mía.
Arribamos al hospital interzonal. Mi padre
le pronuncia al médico de guardia que es una urgencia y le muestra un papel
escrito con el diagnóstico del vecino médico. Me hacen pasar a un consultorio
externo, en esos quince minutos de espera yo me revuelco del dolor, no puedo
más. Acude un médico que me presiona nuevamente en la zona abdominal derecha y bramo nuevamente de dolor. El doctor enuncia:
"Sí hay que operar urgente, ya voy a ordenar que preparen el
quirófano."
Lo peor de una operación es que después
puede venir algo peor. El mundo conoce nuestras debilidades. Ingreso solo al
quirófano, me piden que me desnude. Pánfilo me quedo en calzoncillos. Una
enfermera me dice, "desnúdate por completo, no tengas vergüenza que
nosotros estamos acostumbrados a ver gente desnuda". Acto seguido viene el
anestesista con una gran jeringa y me previene que me va a doler porque se
necesita que la anestesia sea completa y general. Siento en una vértebra de mi
espalda un gran dolor por la aguja que ingresa a mi cuerpo, luego siento mucho
frio. Lo último que recuerdo, antes de la operación, es que médicos y
enfermeros conversaban. Intento contestar hasta que me duermo.
Cuando me sacaron del quirófano (esto lo sé
porque me relato mi madre). Temblaba de frío y me colocaron una manta (en
verano). También me contaron después que por muy poco mi cuadro no se agravó y
no se transformó en peritonitis, ya que cuando el apéndice reventó (segundos
antes) por prevención lo habían encapsulado en una bolsita antes de
desprenderlo. Si el apendicitis se hubiera transformado en peritonitis no
hubiera escrito este relato, aunque escribir no compensa nada. Es un domingo
lento.
El lunes por la mañana me encuentro en una
gran sala general y los dolores disminuyeron. Un olor pestilente recorre el
hospital y siento tirones en los puntos cocidos de la operación. Las camas son
grises y las paredes blancas. No se escucha ni una risa en la sala. Alguien
enciende una radio portátil y suena Nada Personal de Soda.
¡Quiero estar con mi gato! El calor duerme a
la gente. Mientras tanto maldigo mi destino de no poder reunirme con mi sueño.
En la sala se escucha la voz de un anciano
que dice:
-Mamita, ¿dónde estás? Mamita, ¡quiero
hablar con vos!
Duermo con un sueño y despierto con la
realidad. Cuando cierro los ojos puedo ver a Karina sonriendo con su oscura
cabellera, siempre la veo sonriendo. Te
veo. Al verla toda la mierda desaparece.
Se me acerca una mujer médica y me
interroga.
-¿Tienes flatulencias?
-Creo que sí -no entiendo la pregunta.
Al rato se me acerca un médico varón y
joven. También me interroga.
-Che ¿Te tiras pedos?
-¡Ah! Sí..., muchos.
nf
Primera nota: Tiempo después mi vecina me relato
que ese domingo una chica (al ver mi casa vacía) le pregunta a ella por mí. La
vecina le contesta que me habían llevado al hospital.
Segunda nota: Con el tiempo supe que a los pocos
días Karina se había mudado de casa.
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